El gatito miau...
Cantaban las niñas del colegio...
"Estaba el señor don gato
sentadito en silla de oro.
Gurrumiaumiau, sentadito en silla de oro."
El señor don gatito, que así se llamaba el gato de nuestra historia, no estaba sentado en silla de oro, sino enroscado en una butaquita de mimbre muy cuca y muy linda.
Las colegialas le daban sus mimos, golosinas, pedazos de jamón, trocitos de sus bocadillos y hasta pastelitos.
"gatito miau" correspondía a tanto mimo con mucho arqueo de lomo, un gracioso -run run- sacando su lenguecita rosada entre un abrir y cerrar de ojos llenos de mimo.
Las colegialas se disputan en el recreo quién habría de tener al gatito en su regazo, y le llamaban gatito, porque era muy cariñoso... Pero nuestro gatito era todo un señor gato, enorme y precioso con un pelaje de color entre blanco y beige. De tantas golosinas que las niñas le daban... la cara de gatito parecía una confitería, su hocico un mil hojas y los bigotes untados de nata. Luego se lavaba... encogía la patita muy escondidas las uñas, y pasaba la lengua por su patita peluda muchas veces, y la patita frotaba su cara mejor que una mamá haciendo la colada.
"gatito miau" debiera considerarse feliz, ¿verdad?
Pues... no señor, todavía no estaba contento con su suerte y esto es lo peor que puede ocurrirles a los gatos y a las personas...
Y por qué nuestro gatito no era totalmente feliz. Pues porque nunca había probado a un ratón... gatito sabía por otros gatos que comían ratones y claro no quería ser menos...
Entonces se fue del colegio para encontrarse con un grupo de gatos y preguntarles dónde podría hallar ratones, porque en el colegio no había ni uno ya que las monjitas lo tenían todo muy limpio.
Dio con un grupo de cuatro gatos y éstos le dijeron que en una casa de color rojo que se divisaba desde donde ellos estaban había muchos ratones... los más exquisitos del mundo...
Le dijeron:
- Prueba fortuna
- Y gatito respondió:
- Miau-miau-miau... - Y... gracias compadres gatos, seguiré vuestro consejo. Esta tarde me escaparé.
Sus pisadas se perdían en la hierba. Iba tronchando margaritas, porque la primavera vestía flores a las praderas. Guiñaba los ojos a los pájaros y dio un brinco ante una bonita mariposa.
Rastreando, rozando su barriguita por el húmedo suelo llegó... ante la casita de color rojo... sintió gatito que le palpitaba terriblemente el corazón. Por un agujero labrado en la misma puerta, se escurrió como si se tratase de un anguila.
Silencio y quietud. Sólo el run-run de un vecino regato... gatito andaba quedo, recorriendo todas las dependencias de la casa, cuyos muebles chirriaban carcomidos por la polilla. Fuera se oía una leve brisa rizada las hojas de los árboles y algunas ramas chocaban con los cristales de las ventanas. Chillaban los buhos, graznaban los cuervos, gatito comenzó a sentir algo parecido al miedo, arrepentido de su escapatoria... De pronto se detuvo ante una puertecilla estrecha pensando, sabiamente, que junto al queso y el tocino que estaba divisando desde un rinconcito detrás de la puerta, estarían los ratones... Se oyó un ruido y gatito sobresaltado se puso en guardia cuando ante él y como por arte de magia se presentó un ratón gigante, quien alzado en sus patas traseras dijo:
- Buenas noches Gatazo. ¿Qué te ocurre? ¿Cómo así... rondas por estas tierras?
- Pues... pues...
- Contestó gatito, con un miedo archigatuno
- Quería pescarle, mejor dicho cazarle...
- Ja, ja, ja
- Rió el ratón -
- Atiende y ojo...
- Tararu... tararu... tarari... tarari...
A este reclamo, se presentaron, cuarenta ratones, cien ratones, doscientos ratones. Todos traían instrumentos. Cítaras, violines, saxofón, arpas, flautas, y hasta un ratón también gigante, llevaba encima de su hombro un pequeño piano.
- "La marcha fúnebre de los gatos"
- Ordenó el director. Aquello fue inenarrable. Era una orquesta infernal. Una loca algarabía.
El pobre gatito cayó desmayado panza arriba y los ratones bailaban sobre él.
- Chincha... chincha... chincha... Rabiña... rabiña...
- Basta... ordenó el director y haciendo una profunda reverencia a gatito dijo:
- Conque cazar ¡Eh!
- Has de saber que soy el ratón por excelencia. He vivido muchísimos años y pienso seguir viviendo un montón más, para comer todas las sardinas, y jamones del mundo de los que tengo repleta mi despensa, y que no pongo a tu disposición, porque la caridad bien entendida empieza por uno mismo y tengo que alimentar a mis músicos. Así que gatazo infelizote, vuélvete a tu colegio, y deja en paz a los ratones.
Desaparecieron y gatito con un pánico terrible escapó. Pisaba la hierba, las margaritas con rocío de la madrugada. Corría... corría... Salvó la tapia, cruzó el jardín y en seguida se quedó enroscado en su sillita de mimbre, quizás nadie hubiese notado su escapatoria. Se durmió creyendo que todo había sido una pesadilla.
Unas voces alegres le despertaron:
- ¡Ay mi Gatito! ¡Si estás tiritando!
- Si tienes húmedo el pelo. ¡Estará enfermo...! Decían las niñas que le querían...
- Miau... miau... contestó dulce y débilmente.
Lo arroparon cariñosamente dándole a comer sopitas de leche azucarada. Y un trocito de jamón y un poquito de nata.
- Miau... miau... dijo gatito, henchido de gratitud. ¡Qué bien, pero qué bien se estaba allí! En el colegio todo era paz y con aquellas niñas tan buenas.
Entonces, como nunca, comprendió que no hay mayor felicidad que contentarnos con nuestra suerte y que alguien sabio le dá a cada uno el puesto que le corresponde y...
"Estaba el señor don gato
sentadito en silla de oro
Guarriamiaumiau.
Sentadito en silla de oro..."
Cantaban las niñas del colegio...
"Estaba el señor don gato
sentadito en silla de oro.
Gurrumiaumiau, sentadito en silla de oro."
El señor don gatito, que así se llamaba el gato de nuestra historia, no estaba sentado en silla de oro, sino enroscado en una butaquita de mimbre muy cuca y muy linda.
Las colegialas le daban sus mimos, golosinas, pedazos de jamón, trocitos de sus bocadillos y hasta pastelitos.
"gatito miau" correspondía a tanto mimo con mucho arqueo de lomo, un gracioso -run run- sacando su lenguecita rosada entre un abrir y cerrar de ojos llenos de mimo.
Las colegialas se disputan en el recreo quién habría de tener al gatito en su regazo, y le llamaban gatito, porque era muy cariñoso... Pero nuestro gatito era todo un señor gato, enorme y precioso con un pelaje de color entre blanco y beige. De tantas golosinas que las niñas le daban... la cara de gatito parecía una confitería, su hocico un mil hojas y los bigotes untados de nata. Luego se lavaba... encogía la patita muy escondidas las uñas, y pasaba la lengua por su patita peluda muchas veces, y la patita frotaba su cara mejor que una mamá haciendo la colada.
"gatito miau" debiera considerarse feliz, ¿verdad?
Pues... no señor, todavía no estaba contento con su suerte y esto es lo peor que puede ocurrirles a los gatos y a las personas...
Y por qué nuestro gatito no era totalmente feliz. Pues porque nunca había probado a un ratón... gatito sabía por otros gatos que comían ratones y claro no quería ser menos...
Entonces se fue del colegio para encontrarse con un grupo de gatos y preguntarles dónde podría hallar ratones, porque en el colegio no había ni uno ya que las monjitas lo tenían todo muy limpio.
Dio con un grupo de cuatro gatos y éstos le dijeron que en una casa de color rojo que se divisaba desde donde ellos estaban había muchos ratones... los más exquisitos del mundo...
Le dijeron:
- Prueba fortuna
- Y gatito respondió:
- Miau-miau-miau... - Y... gracias compadres gatos, seguiré vuestro consejo. Esta tarde me escaparé.
Sus pisadas se perdían en la hierba. Iba tronchando margaritas, porque la primavera vestía flores a las praderas. Guiñaba los ojos a los pájaros y dio un brinco ante una bonita mariposa.
Rastreando, rozando su barriguita por el húmedo suelo llegó... ante la casita de color rojo... sintió gatito que le palpitaba terriblemente el corazón. Por un agujero labrado en la misma puerta, se escurrió como si se tratase de un anguila.
Silencio y quietud. Sólo el run-run de un vecino regato... gatito andaba quedo, recorriendo todas las dependencias de la casa, cuyos muebles chirriaban carcomidos por la polilla. Fuera se oía una leve brisa rizada las hojas de los árboles y algunas ramas chocaban con los cristales de las ventanas. Chillaban los buhos, graznaban los cuervos, gatito comenzó a sentir algo parecido al miedo, arrepentido de su escapatoria... De pronto se detuvo ante una puertecilla estrecha pensando, sabiamente, que junto al queso y el tocino que estaba divisando desde un rinconcito detrás de la puerta, estarían los ratones... Se oyó un ruido y gatito sobresaltado se puso en guardia cuando ante él y como por arte de magia se presentó un ratón gigante, quien alzado en sus patas traseras dijo:
- Buenas noches Gatazo. ¿Qué te ocurre? ¿Cómo así... rondas por estas tierras?
- Pues... pues...
- Contestó gatito, con un miedo archigatuno
- Quería pescarle, mejor dicho cazarle...
- Ja, ja, ja
- Rió el ratón -
- Atiende y ojo...
- Tararu... tararu... tarari... tarari...
A este reclamo, se presentaron, cuarenta ratones, cien ratones, doscientos ratones. Todos traían instrumentos. Cítaras, violines, saxofón, arpas, flautas, y hasta un ratón también gigante, llevaba encima de su hombro un pequeño piano.
- "La marcha fúnebre de los gatos"
- Ordenó el director. Aquello fue inenarrable. Era una orquesta infernal. Una loca algarabía.
El pobre gatito cayó desmayado panza arriba y los ratones bailaban sobre él.
- Chincha... chincha... chincha... Rabiña... rabiña...
- Basta... ordenó el director y haciendo una profunda reverencia a gatito dijo:
- Conque cazar ¡Eh!
- Has de saber que soy el ratón por excelencia. He vivido muchísimos años y pienso seguir viviendo un montón más, para comer todas las sardinas, y jamones del mundo de los que tengo repleta mi despensa, y que no pongo a tu disposición, porque la caridad bien entendida empieza por uno mismo y tengo que alimentar a mis músicos. Así que gatazo infelizote, vuélvete a tu colegio, y deja en paz a los ratones.
Desaparecieron y gatito con un pánico terrible escapó. Pisaba la hierba, las margaritas con rocío de la madrugada. Corría... corría... Salvó la tapia, cruzó el jardín y en seguida se quedó enroscado en su sillita de mimbre, quizás nadie hubiese notado su escapatoria. Se durmió creyendo que todo había sido una pesadilla.
Unas voces alegres le despertaron:
- ¡Ay mi Gatito! ¡Si estás tiritando!
- Si tienes húmedo el pelo. ¡Estará enfermo...! Decían las niñas que le querían...
- Miau... miau... contestó dulce y débilmente.
Lo arroparon cariñosamente dándole a comer sopitas de leche azucarada. Y un trocito de jamón y un poquito de nata.
- Miau... miau... dijo gatito, henchido de gratitud. ¡Qué bien, pero qué bien se estaba allí! En el colegio todo era paz y con aquellas niñas tan buenas.
Entonces, como nunca, comprendió que no hay mayor felicidad que contentarnos con nuestra suerte y que alguien sabio le dá a cada uno el puesto que le corresponde y...
"Estaba el señor don gato
sentadito en silla de oro
Guarriamiaumiau.
Sentadito en silla de oro..."
Con todo mi gran afecto te visito para
ResponderEliminarDesearte feliz fin de semana.
yo no muy bien.
Un abrazo profundo
Marina
Hola Maite.
ResponderEliminarUna buena lección nos regalas con esta interesante y entretenida historia, mejor conformarse, las aventuras a veces no salen bien.
Un buen fin de semana y un abrazo.
Ambar.
Estupenda Moraleja que todos deberíamos poner en práctica, pues de lo contrario, la felicidad es imposible.
ResponderEliminarBesos
es muy bonito pero su moraleja me ha llamado la atencion la veo interesante
ResponderEliminarUn Relato, una Lección...Una gran Moraleja y aprendizaje.
ResponderEliminarMuy buena Entrada.
Abrazos.