Érase que se era…
David, era labrador, daba gusto cómo hacía la labranza, marcando la tierra en besanas…
Pero nuestro David se sentía triste, os preguntaréis el porqué. Os lo contaré…
Desde muy pequeño al quedarse huérfano, se fue a vivir con una familia muy buena de labradores… Éstos tenían una hija de nombre, María, y ella bebía los vientos, por un médico, David, se decía así mismo, que imposible, que María se fíjase en él, pero que equivocado estaba, no era el médico la ilusión, de nuestra María, era él, David.
Un día, el médico estuvo hablando con David, y ahí, le explicó todo, se llamaba Jesús… Entonces David se puso muy contento, era alegre, vivaracho y, daba saltos de alegría, su pelo ensortijado y muy negro, iba al aire haciendo lindas cabriolas y piruetas, de está manera estaba cuando llegó María y, se alegró de verlo tan contento y feliz, ya que le amaba aunque nada decía.
Y… fue entonces al cruzarse una mariposa entre ellos, cuando sus miradas lo dijeron todo sin necesidad, de emitir ningún sonido. Y… ahí tenemos a María y David, tan felices cómo unas castañuelas.
Colorín, colorado, este cuento se ha acabado…