El lorito Crispín...
Érase que se era un lorito de nombre
Crispín. Era un pájaro excepcional puesto que tenía unas plumas que se
asemejaban al raso verde, rojo, amarillo dándole un toque muy bonito. Los ojos
preciosos de color negro. Un pico hermoso de color amarillo. Crispín era además
un lorito muy listo, pero terco, insoportable, caprichoso y desobediente como
algunos niños.
- ¡Quiero galletas, galletas!
Y había que darle
galletas.
- ¡Sobaos! ¡Quiero sobaos!
Doña Catalina, su dueña, era ya muy mayor. No tenía
hijos, estaba sola y claro adoraba a Crispín en demasía.
Le
decía:
- Anda - ¡La patita!
Y Crispín todo cuentista,
sacaba la patita entre los barrotes de su plateada jaula.
Con los demás tenía
un genio endiablado, y era tan maleducado, que todos le huían .
- ¡Hola señor
gordo! - Decía a un pobriño que frecuentaba la tienda de comestibles de Doña
Catalina. Luego llegaba una señora que se estaba quedando calva y Crispín venga
a insultarla.
La pobre Señora Catalina se sonrojaba toda ella de la
vergüenza.
- Pero, Crispín, ¿Cómo eres tan malo?
- Porque
sí. (Era insoportable)
- Mira, chatín, que no te voy a dar ninguna
golosina.
- ¡Ja... ja... ja!! - Se retorcía, Crispín, columpiándose, en su
jaula plateada.
Sucedió que solía ir a la tienda la niña Alejandrina, muy
linda, pero también muy geniuda, terca y caprichosa...
Alejandrina odiaba a Crispín y el lorito a ella.
Verla entrar en el ultramarinos y empezar a insultarla todo era uno: ¡Fea! ¡Fea!
¡Fea! Tres veces... ¡Fea!
Alejandrina... tenía muchas ganas de acercarse a
la jaula plateada, pero su mamá de nombre Armonía, y doña Catalina lo
impedían.
- ¡Que es muy malo! Con ése... pocas
bromitas.
Una tarde, Alejandrina, aprovechó un descuido. Miró cara a cara
a Crispín y le dijo:
- Anda, llámame ahora fea, horrible loro...
-
¡Fea, fea, fea y tres veces fea!...
-¡Yo fea! No tienes vista, Crispín. Has
de saber que mi mamá dice que tengo unos ojos preciosos como dos soles y todo el
mundo dice que soy guapísima.
Para que rabies: ¡Muy guapa!
- ¡Ja... ja... ja!
– Se rió el lorito.
- Alejandrina le contestaba... Claro y
alto...
- Mira tú, que tienes cuatro plumas, y mal puestas, y un pico... que
parece que vas a segar, y además eres muy sucio.
- ¡Ja... ja...
ja!!...
Envaléntonada, Alejandrina ordenó con
imperio.
- ¡La pata! Dame la pata, pero que ahora
mismito.
- ¡Toma!
- Respondió Crispín... clavando su pico en el dedito
tierno de Alejandrina, del que brotó sangre.
- ¡Ay... ay... ay!
- Te está bien empleado
– Dijo su mamá
– Para que escarmientes, y no seas tan desobediente,
y traviesa.
Aquella noche Alejandrina no durmió. ¡Que rabia tan grande
tenía al loro!
Quería vengarse de él. Sí, señor, vengarse... Tuvo
reunión con sus amigas, y al fin encontró su triunfo. Le daría perejil. Todas
creían que le iba a sentar mal a Crispín.
- Mamá. ¿Me das un poquito de perejil?
- ¿Para
que quieres tú perejil?
- Es que estamos jugando a las comiditas. Dame mucho,
mucho...
Despacio y sin ser vista, se acercó a la jaula...
-¡Fea! Gritó Crispín.
Alejandrina no contestó. No hizo más que dejar el
ramito de perejil. Crispín se lo comió.
Alejandrina todo el día estuvo nerviosa. Un algo que
todos llevamos dentro le decía:
- Has sido una niña mala. No debemos hacer daño a
nadie. La venganza es una cosa muy fea.
Pensaba en Crispín y lo veía todo
malito y casi ya muerto.
- ¡Ay, mamaita! Que he sido mala, muy mala; he
dado perejil a Crispín.
- ¿Perejil al loro? ¡dios mío! Pues ya se habrá
muerto.
Vamos a casa de Doña Catalina, veremos si hay
remedio. Llegaron anochecido. Doña Catalina, tenía puesto su traje de noche, es
decir; su pijama. Se acostaba como las gallinas muy pronto.
- ¡¡ Tan, tan, tan!!
- ¿Quién es?
– Dijo Doña Catalina. Abrió la puerta...
Y...
Alejandrina cayó de rodillas.
- ¡Ay, señora! Qué pecado más gordo he cometido.
He dado perejil a Crispín porque me hizo sangre con su
picotazo...
Doña Catalina se asustó toda...
Entraron
temblorosas. Allí estaría frío y rígido el lorito. Pero... sí... sí... Crispín
tenía muy alegres sus ojillos, muy fuerte el pico, y cantaba muy alto. En cuanto
vio a Alejandrina comenzó a decir:
- Dame perejil... Perejil... Pe... re...
jil...
Todas rieron contentas y Crispín vivió muchos
años.
Alejandrina nunca olvidó el picotazo en su dedito de aquel loro llamado
Crispín, que cada día tenía las plumas más verdes. ¡Claro, por haber comido
perejil! ¡Lo saben todos los loros!...
P.D. Este cuento fue
realidad... todavía me duele el dedo...